El apicultor

Sobre el sentido de las privaciones

El apicultor

Había una vez un apicultor ciego en la antigua Persia que compensó su pérdida de vista con la agudización de las facultades de los otros sentidos. Al hacerlo, podía comunicarse con sus abejas reinas.

Vivía en un Oasis excepcionalmente majestuoso, estaba contento, y sus abejas trabajaban diligente y voluntariamente, lo que le ayudó a lograr su éxito. En el curso de las décadas que trabajó como apicultor, vio cómo la enfermedad llegó a las colmenas de sus vecinos y cómo sus poblaciones fueron barridas por la miseria. El apicultor, que siempre se sentía a salvo de las amenazas, se implicaba diariamente en interesantes discusiones filosóficas con sus abejas reinas y se sumergía en la luz del sol de la satisfacción de su mundo contemplativo.

Entonces, de repente, un día al anochecer, que también era el anochecer de su vida, mientras se sentaba para su habitual y preciado intercambio con las abejas reinas, hizo un sorprendente y repugnante descubrimiento: Toda vivacidad, toda la vida floreciente de las colmenas se había silenciado y solo podía sentir, consumido por el dolor, los cuerpos sin vida en sus descuidadas manos. Desesperado, cayó al suelo y, en un vasto vacío, gritó un incomparable ¿POR QUÉ?  El apicultor ciego lloró durante siete días y siete noches, pero luego recibió una sorprendente respuesta de esta aparente nada:

«Apicultor, constantemente se te dio la oportunidad de sumergirte en un baño de seguridad y bienestar, lo que se convirtió en una rutina diaria. Sin embargo, ¿cómo podría llamar tu atención sobre el hecho de que hay un contraste con todo esto? Ya he esperado demasiado tiempo, y ahora puedes experimentar lo que significa ser indigente para que sientas lo que es la pobreza. Las abejas se han sacrificado voluntariamente, a sabiendas, por ti, para que puedas tener esta experiencia, que podría decirse que es una de las más existenciales.

Todos los seres, todas las formas de vida deben experimentar este contraste, porque sin pobreza, sin privaciones e indigencia, no encontrarás el camino de regreso a mí. Nunca me habrías llamado, nunca habrías hecho esa pregunta, como hiciste inmediatamente después de perder la vista. A partir de ese momento viví muchas décadas en tu gran corazón, pero luego, poco a poco, como un eco que se desvanecía, desaparecí silenciosamente fuera de tu sistema. Y el poder de la rutina se ha convertido en tu Dios.

Te amo, apicultor. Eres mi hijo y, como tal, pronto deberías volver a mí, Padre-Madre, porque el crepúsculo está a punto de terminar.  No te recibirá la rutina, no, Yo te acogeré y todo lo demás permanecerá atrás, sin vida, en la Tierra.

Y ahora, hijo mío, déjame abrazarte y saludar al nuevo día y al nuevo Sol, con alegría…”

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Fecha: enero 1, 2019
Autor: Myriam Häntzschel (Germany)

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