El corazón enfermo (Parte 5)

El ser humano tiene una doble naturaleza: es ciudadano de dos mundos. Es un hijo espiritual e inmortal del Reino de los Cielos, así como un hijo material y mortal de esta Tierra. Lo llamamos microcosmos.

El corazón enfermo (Parte 5)

(viene de la parte 4)

Intentemos dar un paso más en la profundidad de nuestro autoconocimiento para acercarnos a la comprensión del misterio del corazón y a la pregunta de por qué se ha enfermado. Para hacerlo,  habría que observar nuestra experiencia, que está almacenada en el campo de información universal de la Sophia perennis. Todos los testimonios de sabiduría de la humanidad y su mensaje invariable se extraen de esta cámara del tesoro cósmico atemporal.

Allí aprenderemos que el ser humano tiene una doble naturaleza: es ciudadano de dos mundos. Es un hijo espiritual e inmortal del Reino de los Cielos, así como un hijo material y mortal de esta Tierra. Vivimos en el «templo» de un microcosmos espiritual como personalidades mortales.

Este doble ser con las “dos almas en el pecho”, como lo describe Goethe, posee siete aspectos esenciales en su estructura. Aquí también encontramos el número especial siete, un número que se repite en analogías cósmicas herméticas en numerosos niveles.

La personalidad mortal posee cuatro portadores:

  1. la forma física visible;
  2. el cuerpo etérico invisible, sutil, un cuerpo vital energético que penetra y vivifica la forma material;
  3. el cuerpo astral energético igualmente invisible, en el cual y a través del cual experimentamos nuestras emociones;
  4. el cuerpo mental energético, con cuya ayuda se desarrollan nuestros pensamientos y se pueden desplegar nuestras posibilidades creativas.

Esta personalidad biológica cuádruple ha surgido de la evolución biológica.

Con el desarrollo del cuerpo mental, de la capacidad de pensamiento autoconsciente, se ha desarrollado la conciencia del ego. El “Cogito ergo sum”,  formulado por primera vez por Descartes, ejemplifica este estado.  Al mismo tiempo, existe en ese momento  la peligrosa ilusión de que el ser humano se vea a sí mismo como la culminación de la creación y comience a dar forma al mundo según su voluntad propia, separada de la voluntad del espíritu divino.

Solo un autoconocimiento desenmascarador puede liberarnos de la ilusión de que el estado actual de nuestro ser ahora es ya el propósito final del desarrollo. Somos, sobre todo, el medio con cuya ayuda nuestro núcleo interior más profundo puede lograr la evolución de su conciencia. Ken Wilber nos dijo a finales del siglo pasado que solo hemos llegado a la mitad de la evolución. Friedrich Nietzsche también dijo en su Zaratustra que el “homo sapiens” de hoy tiene la tarea de ser un puente entre los animales y lo sobrehumano. El desarrollo de este ser humano perfecto que puede verse a sí mismo como la imagen de la concepción divina solo es posible si servimos al ser espiritual inmortal de nuestro microcosmos, el cual consta de tres aspectos:

  1. el espíritu puro, también llamado Atman,
  2. el alma inmortal, también llamada Buddhi,
  3. la razón creativa superior, también llamada Manas superior.

Estos principios espirituales son innatos como semillas en nosotros, las personalidades mortales. Sin embargo, la mayoría de la gente no es consciente de su identidad espiritual y de su alta nobleza.

Nuestro corazón se encuentra en el centro de nuestro microcosmos. Allí se esconde la semilla celestial del núcleo de nuestra alma inmortal, que designamos simbólicamente la “Rosa del Corazón”. En la sabiduría asiática también se la conoce como la «Joya de la Flor de Loto».

En nuestra vida controlada más o menos conscientemente veremos si nuestro corazón es un templo del alma. Un alma que está en unidad con el alma del mundo y el espíritu sin nombre. O si el corazón es el lugar de trabajo de fuerzas inferiores y egoístas en el que dominan la dicotomía y la ambivalencia.

El primero conduce a la curación, el segundo a una mayor ruptura y desesperación.

La alta tarea creativa del ser humano consiste en no dejar que su personalidad inferior y egocéntrica gobierne desenfrenadamente en su sistema y en el mundo. Si voluntariamente se deja convertir en un sirviente de su alma espiritual intrínseca, esta lo guiará con sabiduría, de acuerdo con el orden creativo, y transformará al ser mortal, finalmente, en inmortal.

Esto significa una inversión consciente y fundamental de una actividad enfocada en el centro de nuestro egocentrismo hacia una devoción centrífuga,  la Unio mystica con el alma del mundo y su sabio orden.

Si el ego rechaza, reprime o simplemente ignora el cumplimiento de esta tarea, porque tiene miedo de perderse, entonces el alma-espíritu intrínseca no tiene otra posibilidad que guiarlo hacia una comprensión más elevada de su sentido de la vida a través de “apariciones”.

El alma como obstetra para nuestro despertar espiritual

El alma será entonces la “ayuda al desarrollo”, que nace del amor puro que nos aporta nuestro ser microcósmico para permitir el avance de una nueva conciencia transpersonal más allá del tiempo y el espacio.

Si observamos estas correlaciones finamente tejidas y comenzamos a comprender que la «primera causa de estar enfermo radica en caer fuera del orden creativo», como lo formuló el gran maestro de la medicina europea, Paracelso, entonces también el enfoque terapéutico de una terapia cardíaca tendrá una valoración completamente diferente.

Una terapia para las enfermedades cardíacas que debe curar realmente a una persona nunca puede limitarse a un tratamiento que solo suprima los síntomas a través de medicamentos y medidas reparadoras quirúrgicas.

En situaciones de crisis, estas medidas son siempre indispensables y, a menudo, salvan vidas, por lo que hoy en día gozan de alta estima; ello debido a que la medicina moderna y la industria farmacéutica, así como los sistemas de seguros, solo se preocupan por la persona una vez que ha enfermado gravemente. Muestran poco interés en las medidas de prevención y mantenimiento de la salud.

El Hijo del Cielo y el Niño de la Tierra se tocan en el corazón del ser humano. Por tanto, nuestra contemplación en el centro del corazón es la clave del autoconocimiento. Allí encontraremos nuestro verdadero yo y allí encontraremos la autorrealización.

Si reprimimos o perdemos este camino hacia adentro, cegados por la ilusión de la importancia personal, entonces necesitaremos crisis, pérdidas y ataques cardíacos, con los que nuestra alma nos exhorta a dar un paso hacia una nueva conciencia.

Precisamente en la segunda mitad de la vida se produce una reversión de la extraversión a la introversión. Este es a menudo el momento en que el corazón se enferma para mostrarnos la necesidad de una inversión tan fundamental.

Recordemos que, si estamos en un camino iniciático, todo sufrimiento y toda enfermedad se convierten en trampolines para una nueva vida, que encuentra su sentido en la experiencia y testimonio de una realidad trascendente.

La mitad de la vida como umbral del atardecer de la vida tiene un sentido propio y una tarea intrínseca. A partir de ese momento, el avance, el desarrollo, el aumento y la exuberancia de vida ya no tienen lugar, sino la interiorización, la voluntad de reducirse y la contemplación en el centro del corazón.

Hay un dicho que llega al meollo de la cuestión: «Si mueres antes de morir, no morirás cuando mueras».

El silencio del corazón como vientre de nacimiento de una nueva criatura

Solo estamos conectados con nuestra alma si la mente controladora ha sido silenciada. La energía pura del corazón es la principal fuerza vital. El centro del corazón precede al tiempo, la lógica del corazón trabaja fuera de la lógica de la mente.

El camino hacia esta alta nobleza, que es el destino del ser humano en la evolución, lo lleva al silencio del corazón. En él se puede mantener una conexión constante con nuestro verdadero yo y el alma del mundo. En esta presencia espiritual, en este ahora, estamos conectados con la omnipresencia, fuera del tiempo lineal. Emergemos con una conciencia integral, que opera interconectándose horizontalmente, así como integrándose verticalmente;  así, es llevada por una compasión que lo abarca todo.

Escuchemos nuestro corazón y tomémoslo con ambas manos, para que en su gran poder podamos convertirnos en el cambio que nos gustaría ver realizado en este mundo. Acabamos con unas palabras de El Principito de St. Exupéry:

«Solo se puede ver bien con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos».

 

 

Bibliografía

Sri Aurobindo: The life divine (La vida divina). Sri Aurobindo Ashram Press, India.

Dahlke Rüdiger: Herzensprobleme (Problemas cardíacos). Droemersche Verlagsanstalt, Múnich, 1990.

Dispenza, Joe: Becoming supernatural (Convertirse en sobrenatural). Hay House, 2017.

Jan van Rijckenborgh: El misterio de la vida y la muerte. Fundación Rosacruz, Zaragoza.

Schleske, Martin: Herztöne, Lauschen auf den Klang des Lebens (Sonidos del corazón, escucha el sonido de la vida). Adeo Verlag, Asslar, 2016.

Wehr, Gerhard: Lebensmitte (Mediana edad). Claudius Verlag, Múnich 1991.

Wilber, Ken: Sex, Ecology, Spirituality: The spirit of evolution (Sexo, ecología, espiritualidad: el espíritu de evolución), 2001.

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Fecha: julio 26, 2019
Autor: Dr. Dagmar Uecker (Germany)
Foto: SanduStefan via Pixabay CCO

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