Tierra sagrada

La vida es sagrada. Lo humano lo es igualmente. La Tierra también.

Tierra sagrada

El  texto que sigue ha sido leído durante el acontecimiento «24h de meditación por la Tierra» en Toulouse, acto que se efectuó igualmente en otras ciudades del mundo. Este acontecimiento tiene por objetivo recordar que la Tierra es sagrada, invitando a los dirigentes del mundo a tener una nueva posición para el futuro.
«Un día, un niño vino a verme y me preguntó:
– Cuando sea mayor, ¿podré vivir donde quiera?
– Por supuesto, le respondí: la Tierra no pertenece a nadie. Cada uno es libre de descubrir su belleza y de instalarse donde quiera.
Pero al decir eso, me pregunté si era así. Pensé que había lugares en la Tierra que no recomendaría a nadie para vivir allí. Los conflictos, la geopolítica, la destrucción de los ecosistemas, la depredación de los recursos, la contaminación y los problemas climáticos han generado inseguridad para muchos, provocando flujos migratorios forzados como nunca antes se había visto. Hoy, ni siquiera podemos decirle a un niño: eres libre de ir a donde quieras en la Tierra. La Tierra se ha convertido en una propiedad, un espacio privado, codiciado o a veces desheredado, abandonado.
¿Pero la Tierra nos pertenece? ¿Se ha convertido en la nevera de la humanidad? ¿Cómo concebimos nuestro lugar de vida? El planeta azul – con la esperanza de que nunca se convierta en el planeta gris – es un organismo vivo. Dotada de sensibilidad, de terminaciones nerviosas, de fluidos vitales, de pulmones, de un corazón magnético que late, ella es un cuerpo animado. Respira, se mueve, ella da la vida y lleva la nuestra entera. ¿Qué seríamos nosotros sin ella? ¿Quién nos nutre? ¿Quién nos acoge? ¿Quién nos protege de las radiaciones cósmicas? ¿Quién es el lugar de nuestras vidas, de nuestros proyectos y de nuestras civilizaciones? El 100% de lo que emprendemos se hace gracias a la Tierra. Incluso el enviar una sonda a los confines del espacio.
La Tierra es nuestra hermana.
¿Estamos hechos de una materia diferente?
Los átomos que componen nuestros cuerpos y el de la Tierra provienen de las mismas estrellas. La base de lo viviente – hidrógeno, oxígeno, nitrógeno y carbono – es polvo estelar. Compartimos con nuestro planeta el mismo patrimonio. Esta unidad atómica intrínseca de nuestras constituciones representa mucho más que un simple dato científico.
En realidad, la Tierra y la humanidad no son más que una. Sus destinos son indisociables. Por ello no podemos pensar en el futuro del ser humano sin pensar en el de la Tierra.
Siguiendo este camino, podemos elevar nuestra visión mucho más allá de las apariencias exteriores. ¿El hombre es sólo este cuerpo? ¿Esta psique? No. Es también ser-espiritual, poseedor en su corazón, de una parte de luz, del germen de una vida inmortal. Así que si la Tierra y la humanidad son uno, nuestro planeta tiene todas estas dimensiones. Es Tierra, pero también es Tierra-Celestial, generando desde su sol central la vida que no tiene fin.
La vida es sagrada.
Lo humano lo es igualmente.
La Tierra, también.
Debemos reinventar toda nuestra concepción de lo vivo. El ser humano lleva todos los aspectos de la Tierra en sí mismo. Según la consciencia que le anima, es testigo de la grandeza de nuestro planeta.
Yo soy la Tierra.
Yo soy los océanos y los valles.
Yo soy las montañas que hacen cosquillas en el cielo.
Yo soy los ríos que serpentean en nuestras comarcas.
Yo soy la roca, la arena y la tierra.
Yo soy el cielo, las nubes y el viento.
Soy el fuego que corre por tus entrañas.
Yo soy las flores tan bellas, los animales tan diversificados.
Yo soy los seres humanos de todos los pueblos y de todas las edades.
Yo soy las auroras boreales que iluminan nuestros cielos.
Yo soy el alma del mundo que acoge y consuela.
Yo soy las nubes que iluminan nuestras almas.
Yo soy el espíritu viviente que arde en tu corazón.
Yo soy la Madre de los que viven.
Yo soy la Tierra.»

 

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Fecha: diciembre 5, 2017
Autor: Edouard Sanborne (France)
Foto: Pixabay CC0

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