El Renacimiento auténtico

El período renacentista, nacido después del frío invierno medieval, dio vida a una simbólica primavera repleta de flores y frutos espirituales. Se estaba buscando el restablecimiento de la auténtica dignidad del ser humano, y esto solo podía ser posible mediante un Renacimiento.

El Renacimiento auténtico

«Lo que está arriba es como lo que está abajo, y lo que está abajo es como lo que está arriba, para que se realicen los milagros del Uno»  (Hermes Trismegistos)

En la Tabula Smaragdina (una tablilla del siglo VIII o IX,  que se considera la base espiritual de la alquimia) vemos una evidente referencia al concepto de microcosmos (minutus mundus, el pequeño mundo), estrechamente relacionado con el macrocosmos.

Vemos, pues, lo pequeño proyectarse sobre lo grande y, a su vez, una fuerza radiante del Cosmos (el universo macrocósmico) reflejarse en el pequeño mundo (la realidad microcósmica) en el que está inserta la personalidad humana. Esto nos lo confirma también el aforismo inscrito en el templo de Delfos, cuya frase reza: «En Ti se encuentra oculto el Tesoro de los Dioses. Hombre, conócete a ti mismo y conocerás el universo y a los dioses».
¿Pero qué es el microcosmos?

Ya el filósofo griego Demócrito, en el lejano 300 a.C., se acercó a este  principio cuando habló del concepto de átomo.

La realidad de los átomos constituía para Demócrito el arqueus (ἀρχή) – el principio generador y conservador al mismo tiempo -, el ser inmutable y eterno.
Sistema vital de forma esférica que envuelve a la personalidad humana, el concepto de microcosmos fue a su vez retomado por Agrippa de Nettesheim (1486-1535), quien escribió en De la ocultta philosophia (Acerca de la filosofía oculta):
«El hombre, como la más bella y completa obra de Dios, tiene una […] constitución física más armoniosa que las demás criaturas y encierra todos los números, las medidas, los pesos, los movimientos y los elementos […] dentro de sí, y en él, obra maestra sublime, todo alcanza la perfección».

No hay miembro en el cuerpo humano «que no corresponda, en el arquetipo divino, a un signo celestial, a una estrella, a una inteligencia o a un nombre de Dios. La forma general del cuerpo humano es redonda».

Así que continuemos nuestro viaje a través de la historia y veamos cómo el concepto de personalidad insertada en una forma esférica hizo que la idea de hombre como microcosmos pudiera entrar a formar parte de una Tradición Sagrada, presente desde el alba de los tiempos: la personalidad microcósmica en comunión con el universo macrocósmico.

El círculo que no contiene principio ni fin, el círculo como forma evocadora del infinito, el círculo como representación simbólica de la eternidad: «Podemos afirmar con certeza que todo el universo es el centro, o que el centro del universo está por todas partes y su circunferencia en ningún lugar» (Giordano Bruno, De la Causa, Principio et Uno, 1584), o «la esfera de la naturaleza humana, en su poder humano, abraza a Dios y al universo» (Nicola Cusano, De coniecturis, 1443).

También el filósofo alemán Leibniz (1646-1716)  introdujo el concepto de «mónada» como una forma sustancial del ser, y se acercó al concepto de microcosmos en forma de átomo. Leibniz adoptó el concepto de mónada de Giordano Bruno, pero cambió su significado.

El pensador alemán afirmaba que la mónada por excelencia es el alma. Pero no solo eso: las mónadas reflejan todo el universo y difieren entre sí por la distinta cantidad de consciencia que cada una de ellas tiene de sí y de Dios en su interior.

La Voz Sagrada de todos los tiempos nos lleva, pues, a preguntarnos sobre la existencia de esta esfera en la que, como personalidad ordinaria, estamos hospedados en el viaje de nuestra existencia terrestre.
Pero, ¿qué contiene la sustancia microcósmica?
En ella están grabadas todas nuestras experiencias a lo largo de nuestra historia; cada parte de nuestra «cronología» queda así grabada, lo que determina nuestro presente en forma de ideas, tendencias, influencias y, por consiguiente, ¡la necesidad de dejar de experimentar lo que ya se ha vivido… años, siglos, eones atrás!

La enésima vuelta del carrusel en el país de las luces y de las sombras, la enésima experiencia desde el amanecer hasta el ocaso existencial ya ha tenido sus efectos.

Así como en un DVD podemos reconocer pistas, así en nuestro microcosmos están grabados nuestros «datos» de vida, en un formato absolutamente original, completamente nuestro: nuestra singular experiencia en ese campo terrestre que se llama «vida».

Vemos cómo el Hilo de Oro de la Ciencia Sagrada desde siempre ha recorrido y unido la historia de la humanidad, en cada rincón del planeta y en cada período de tiempo.

Pero ahora nos surge la siguiente pregunta: ¿es posible recuperar el equilibrio áureo perdido?

Sí. Puesto que en el centro exacto de la sustancia microcósmica se encuentra un principio espiritual, el grano de mostaza de los cristianos, la flor de loto de los orientales, la Piedra Filosofal de los alquimistas, el Tesoro de los Dioses de Delfos: el último vestigio del Ser Inmortal. Muchos nombres para una sola Esencia.
Este es el punto de partida desde el cual es posible redescubrirse como Ser-Dios.
Pero no es un proceso inmediato.
Una vez que la sed de conocimiento del ser humano que se busca a sí mismo caracteriza su vida, este se enfrentará a numerosas pruebas. En primer lugar, a él mismo.

El principio latente, si se alimenta de la llama de amor del Conocimiento, es capaz de formar una nueva constelación en el cielo microcósmico, el Nuevo Cielo y también la Nueva Tierra del Apocalipsis: el auténtico renacimiento, al que seguirá el verdadero cambio de vida.

Entonces se producirá, dicho en pocas palabras, una verdadera revolución: los rayos de la nueva aurora darán vida a nuevas fuerzas magnéticas cósmicas.

En el Renacimiento tenemos el testimonio de numerosos espíritus ilustres que, con sus pensamientos y actos, tan crucialmente han influido en nuestro mundo, incluido el de hoy, porque fueron impulsados por una búsqueda interior profunda y por el constante anhelo de una auténtica renovación espiritual.

Su deseo más ardiente era «renacer», «nacer de nuevo en una Nueva Vida», ver el advenimiento de una primavera espiritual: exactamente lo que estamos llamados a hacer también nosotros en el aquí y ahora.
Si es así, entonces, como Marsilio Ficino escribió en el De immortalitate animarum (La inmortalidad de las almas), podremos afirmar:
«Librémonos rápidamente, en tanto que espíritus celestiales deseosos de la patria celestial, de los lazos de las cosas terrenales, para volar con alas platónicas y con la guía de Dios, a la sede celestial, donde contemplaremos bienaventurados la excelencia de nuestro género…»

 

Print Friendly, PDF & Email

Compartir este artículo

Publicar información

Fecha: mayo 15, 2020
Autor: Eva Christina
Foto: Verbera via Pixabay CCO

Imagen destacada:

Relacionado: