La Isla de Pascua, centro de misterios del Pacífico Sur

El Canto de Waitaha

La Isla de Pascua, centro de misterios del Pacífico Sur

La sabiduría de Waitaha

No hay isla en el mundo más solitaria que la Isla de Pascua. Aparte de una isla deshabitada a unos 400 kilómetros de distancia, la isla más cercana está a 2.000 kilómetros más al oeste; América del Sur, el continente más cercano, está a 3.700 kilómetros. La mayoría de las islas del gran archipiélago al que pertenece la Isla de Pascua, la Polinesia, situado entre Australia y el continente sudamericano, se encuentra a 4000 kilómetros. En 7.000 kilómetros de Nueva Zelanda, sólo hay océano. Las dimensiones de la Isla de Pascua son de unos 24 kilómetros de largo por una anchura máxima de 10 kilómetros. Se puede hablar con razón de una mota de polvo triangular en medio del océano. Su descubrimiento, en 1722, por el navegante holandés Jacob Roggeveen, permitió darla conocer a Europa. La ocupación de un lugar tan perdido, lejos de todo, no se debió al azar, sino que, por el contrario, fue deseada y guiada por una intención superior y esto se nos cuenta en el Canto de Waitaha. Las tradiciones de los habitantes originales de Nueva Zelanda se mantuvieron en secreto durante siglos, pero hace algunos años se hicieron públicas.
Según estas tradiciones, diversos pueblos, o más bien diversas razas, han sido conducidos a este lugar de la Tierra de manera coordinada por un poder superior. La isla se convirtió en un centro –un foco de misterios, se precisa– para todos los territorios del océano Pacífico. Se dice que Hotu Matua, la heroína maorí de la Polinesia, y Kiwa, el navegante del Uru Kehu venido del Este –así pues, de Sudamérica– recorrieron los 8.000 kilómetros que les separaban para encontrarse en este lugar solitario. En esto hay que ver mucho más que el destino de dos personas, al igual que, más tarde, en la acción de  su nieto Maui que, empujado no por la sed de descubrimientos sino por una misión interior, partió en busca de Nueva Zelanda. Y luego hubo un tercer pueblo que llegó a la Isla de Pascua: los «hombres de la piedra», descritos como pertenecientes a otra raza, la tercera. Parecería, pues, que algunos hombres, en sus grandes peregrinaciones mucho más allá de los límites de las regiones habitadas, fueron llevados intencionalmente a la Isla de Pascua. Durante más de mil años, esta isla muy espiritualmente «cargada», situada en pleno océano Pacífico, sirvió de punto de partida y de centro de los misterios.
 

Reconstituir la cronología

La historia de más de setenta generaciones narrada en el Canto de Waitaha, así como la mención de una enorme erupción volcánica que tuvo lugar en Tamatea, la Isla del Norte de Nueva Zelanda, hace 1700 años, nos permite establecer una nueva cronología. Viniendo de la Isla de Pascua, hacia el comienzo de nuestra era cristiana, Maui, el nieto de Matua y Kiwa, desembarcó en Nueva Zelanda. Durante los siglos III y IV, Nueva Zelanda se abrió hacia el exterior exportando, entre otras cosas, patatas y el punamu, una piedra verde considerada sagrada, una especie de jade. Estas piedras verdes, recogidas por su poder curativo, fueron esparcidas por todo el archipiélago polinesio durante 37 generaciones, es decir, hasta los siglos XII o XIII de nuestra era.
Las invasiones belicosas de los maoríes polinesios en la Isla de Pascua y en Nueva Zelanda mataron a los «pueblos antiguos»; lo hicieron sin haber tenido la oportunidad de «dar un rodeo», es decir, sin haber podido asimilar los conocimientos propios de los indígenas de la isla. La historia de la Isla de Pascua también podría reconstruirse según las concepciones que de ella dan las tradiciones ancestrales. El Canto de Waitaha nos dice que las primeras colonizaciones de la isla tuvieron lugar simultáneamente. Hotu Maua y su pueblo venían de Polinesia; Kiwa llegó aproximadamente al comienzo de nuestra era; poco después llegó el tercer pueblo, probablemente de Asia.
En el siglo XIV, los polinesios llevaron la brutalidad, las luchas y los conflictos a Nueva Zelanda y a la isla. No tuvieron consideración alguna con la cultura indígena. Finalmente, en el siglo XVII, la antigua cultura de la Isla de Pascua cayó. Las piezas encontradas en la Isla de Pascua testimonian que no fue simplemente una tribu local que desarrolló una cultura, sino que hubo una civilización altamente desarrollada. Las gigantescas estatuas erectas no se encuentran en ningún otro lugar. Es difícil concebir cómo hombres sin herramientas de hierro lograron tallar, transportar y erigir esas estatuas de hasta 12 metros de altura y un peso de hasta 90 toneladas. ¡En una cantera yace un monumento incompleto de veintiún metros!
También se ha descubierto un sistema de signos propio de esta cultura y que forma parte de las pocas escrituras que aún no se han podido descifrar, al igual que la de Mohenjo-Daro, la civilización del valle del Indo con la que tiene similitudes.
 

El esplendor del arco iris

Estas estatuas de piedra tienen un parecido sorprendente con las que se encuentran en Mongolia, también construidas de forma aislada en el paisaje y desprovistas de piernas. En el Canto de Waitaha hay algunas vagas indicaciones del origen asiático de los «hombres de la piedra» (Lu Takapo) que, bajo la dirección de Rongueroa, llegaron a la Isla de Pascua y son probablemente los creadores de las estatuas de piedra de la Isla. Ellos venían de las «montañas más altas, el techo del mundo». Estas «altas montañas» nos remiten a los Andes, ya que Kiwa era originaria de ellos. Por otra parte, el canto insiste, en repetidas ocasiones, en que la procedencia de los tres pueblos correspondía a tres orígenes y corrientes totalmente diferentes.
En la memoria colectiva de la civilización de la Isla de Pascua se habla de múltiples catástrofes en las que el fuego desempeñó un papel. Éstas pudieron ser causadas por erupciones volcánicas o porque el fuego «llovía del cielo». También se menciona una gran inundación, una ola enorme venida del mar. En efecto, los arqueólogos han encontrado huellas de ello. Sin embargo, la narración dice: «El esplendor del arco iris encierra la certeza de que la gran inundación no volverá jamás y que la tierra no será sumergida por las grandes aguas. Los colores de todos los pueblos de todos los países se ven en el arco iris; el sueño se cumple: la promesa de la paz; y como el fuego todavía tiene que venir para purificar y curar, no se dice nada sobre el gran fuego».
Este pasaje del texto da testimonio del recuerdo de grandes inmersiones y calamidades que dieron lugar a la caída de civilizaciones todavía desconocidas, mucho antes de estas narraciones de los ancianos y de sus propios antepasados. ¿Acaso el «centro de los misterios» de la Isla de Pascua se remonta a los tiempos más remotos? ¿A los tiempos de los orígenes? ¿Se habrían fijado en este lugar los conocimientos originarios del género humano, quizás pasando por el «centro de los misterios» del desierto del Gobi en Mongolia interior? ¿La información sobre las grandes inundaciones y la aparición del arco iris también procedería de ellas?
 

La mandíbula inferior y superior

Las tradiciones del Waitaha y de otros pueblos antiguos no mencionan nada concreto sobre las enseñanzas de los misterios, las iniciaciones o los cultos. Sin embargo, podemos discernir claramente dos niveles de conocimiento y sabiduría: las historias sagradas de la «mandíbula superior» y la voz de la «mandíbula inferior».
Lo que compete a la superior es estrictamente secreto, y sólo tiene conocimiento de ello un pequeño número de elegidos reconocidos como «humildes», personas formadas desde su nacimiento. «La fuerza de la mandíbula superior» nunca se confía a quien vive sólo para sí, sin pensar en los demás; nunca llega a las personas «poseídas por la ira y causantes de sufrimiento». Sólo tienen acceso a estos dominios de conocimiento las personas que tienen una conciencia fuera de lo ordinario y han sido formadas durante mucho tiempo, provistas de grandes dones espirituales. Se acercan a los «antepasados de los mundos» y participan en algo como un saber original, cuya autenticidad resuena en la tradición verbal fielmente transmitida sin interrupción.
Por el contrario, la voz de la «mandíbula inferior» no está ligada a una ley del silencio. Sus historias «llaman tanto a jóvenes como ancianos a los fuegos donde experimentan mundos más reales de lo que tocamos, más perceptibles de lo que podemos ver con los ojos, más hermosos de lo que conservaríamos por mucho tiempo». Cada una de estas historias es como una semilla que, aunque no pueda germinar en cualquier lugar, se hará reconocer siempre por algunos oyentes que descubrirán su profundo significado. La paz mutua, la armonía con la naturaleza, un gran conocimiento de los procesos vitales y de las energías de los campos etéricos caracterizan esta antigua cultura del Océano Pacífico.
De manera general, se puede decir que su ambiente era «puro», las energías espirituales y sutiles apenas encontraban obstáculos. Lo mismo se aplica a Nueva Zelanda. Esto se observa en las plantas y las flores en particular, que tienen casi todas unos colores extraordinariamente vivos. No había mamíferos superiores y la presencia humana fue mucho más tardía que en otros lugares.
 

Cualidades notables

Los habitantes originales, que nos dan a conocer el Canto de Waitaha, estaban en armonía con este medio. Eran suaves, propensos a la armonía y evitaban, en la medida de lo posible, el conflicto, el exabrupto y la irritabilidad que, por otra parte, eran castigados. Eran muy tolerantes, pero expulsaban a los violentos de su comunidad. Una vez que las amenazas y los conflictos fueron introducidos en su país por conquistadores extranjeros como los maoríes, llegó la hora del declive de la cultura pacífica. Ésta no pudo coexistir con la presencia de invasores de mentalidad brutal y sin ningún tipo de moderación.
Además de las cualidades mencionadas, los habitantes originales de las islas del Pacífico debían haber desarrollado una valentía y una perseverancia formidables. Para los viajes marítimos se seleccionaba a jóvenes de ambos sexos con esas cualidades. Realizaban viajes de ida y vuelta por las inmensidades del océano, desde la Isla de Pascua a Nueva Zelanda y a Sudamérica, en botes hechos con árboles unidos, sin más auxiliares que el firmamento.
 

¿Pacífico regreso de una cultura pascual?

En las últimas décadas, muchas almas de la generación más joven, principalmente de América, han introducido en Europa y en otras partes del mundo un sorprendente movimiento nuevo. Estas almas, portadoras de valores como la paz, el amor y una nueva relación con la naturaleza, pueden llevarnos a una nueva conciencia de nuestro medio ambiente. ¿Es posible que los antiguos impulsos de la civilización de la Isla de Pascua hayan vuelto a la vida en una forma adaptada a nuestros tiempos? ¿Sería posible que se estuviera asistiendo a la eclosión de una nueva civilización en la que los valores de la paz y los conocimientos sobre las fuerzas vitales se enseñaran una vez más y se practicaran intensamente durante un milenio?
 

Fuentes

Artículo traducido, condensado y trabajado a partir de tres artículos de Winfried Altmann, aparecidos en Das Goetheanum, 1997-1998. En esta serie de artículos el autor resume la obra Song of Waitaha -The Histories of a Nation: Being the Teachings of Iharaira Te Meihana, c.s. B. Brailsford ed. Ngatapuwae Trust, Christchurch, 1994.
http://www.songofwaitaha.co.nz/

 

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Fecha: noviembre 10, 2017
Autor: Peter Huijs (Netherlands)
Foto: Pixabay CC0

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