La sabiduría de Hermes Trismegisto I – Los “Hermética”

“Hermes Trismegisto fue visto como el modelo de sabio, depositario de un saber ancestral (anterior al Diluvio Universal), conducente a despertar la verdadera esencia divina del ser humano, a través de una triple transmutación alquímica de la conciencia”

La sabiduría de Hermes Trismegisto I – Los “Hermética”

El término “Hermética” engloba toda una serie de textos escritos en griego y latín, atribuidos al mítico Hermes Trismegisto.
 
En su acepción más antigua, la palabra “hermetismo”, deriva del nombre griego del dios egipcio Thot, con el significado de “el mensajero”, “intérprete”, o “heraldo de los dioses”. Para los egipcios, Hermes-Thot, como dios de la sabiduría, representaba el corazón de Ra, y lo encontramos personificado, en el mito de Osiris, como escriba y señor de la Maat (de la Justicia y el Orden cósmico), con cabeza de ibis.

Sin embargo, los textos herméticos, tal como demostró el erudito Isaac Casaubon, en 1614, proceden de la Alejandría de los siglos II y III. Según Casaubon, se trata de textos que combinaban la magia y la astrología con la filosofía griega y cristiana, por lo que no pudieron ser escritos por un sabio del antiguo Egipto. Tales planteamientos dieron el golpe de gracia a los “hermética” que, a partir de ese momento, fueron tenidos por falsificaciones.

Sin duda, Isaac Casaubon tenía mucha razón, pues se trata de textos de diversos maestros, atribuidos, como señal de respeto, a Hermes.  Ahora bien, no por ello dejan de estar impregnados de las enseñanzas iniciáticas impartidas en las “Casas de la Vida” de los antiguos templos egipcios, si bien, filtradas por la sabiduría griega.

El «Corpus Hermeticum»

Existe constancia de literatura hermética desde los primeros siglos anteriores a nuestra era, como es el caso del manual astrológico “Salmeschoianaka” (en torno a los siglos II y I a.C.), atribuido a Nechepo  y a Petosiris (uno de los cinco  grandes Sumos sacerdotes de Thot en Hermépolis Magna), o el “Liber Hermetis” (“El Libro de Hermes”, del que solo  ha sobrevivido un manuscrito, que se conserva en la Biblioteca Británica –Codex Harleianus–   fechado en 1431, seguramente copia, de un manuscrito de los siglos VI o VII d.C. Su contenido deriva de la astrología que se practicaba en los templos egipcios, a principios del siglo II a.C.).

Estrabón (mediados del siglo I a.C., alrededor del 20 d.C.), en su “Geographia”, al describir Egipto señala que en Heliópolis le fueron mostradas las residencias de los sacerdotes y las escuelas de Platón y Eudoxo, afirmando que ambos filósofos pasaron con los sacerdotes egipcios 13 años (XVII 1,29). Afirma también que los sacerdotes de Tebas, tenidos por los más sabios filósofos y astrónomos, hacían remontar su sabiduría a Hermes: “Atribuyen a Hermes el conocimiento de este género” (XVII, 1,46).

No obstante, es el filósofo griego y sacerdote de Apolo en Delfos, Plutarco (46-120 d.C.), el primer autor clásico que alude a los libros de Hermes, en su tratado “De Isis y Osiris”:

“Según relatan los Libros de Hermes, haciendo referencia a los sagrados nombres, el poder que ordena la circunvalación del sol es llamado Horus…” (Plu. Isis y Osiris 61).

La importancia de las enseñanzas herméticas entre los neoplatónicos, queda patente en el inicio del libro I “De Mysteriis Aegyptiorum” (“Sobre los misterios egipcios”) del filósofo griego, Jámblico de Calcis (segunda mitad siglo III, hacia el 330 d.C.) quien escribe que su filosofía debe ser interpretada «de acuerdo con las antiguas estelas de Hermes, que Platón, ya antes, y Pitágoras, tras leerlas en su totalidad, utilizaron para crear su filosofía». Y añade: “los [textos] que circulan bajo el nombre de Hermes contienen opiniones herméticas, por más que se expresen a menudo en la lengua de los filósofos; han sido, en efecto, transcritas desde la lengua egipcia por gentes no inexpertas en filosofía” (Jámblico, “De Mysteriis Aegyptiorum”).

Tal afirmación corrobora la idea de que, si bien los “hermética” que han llegado hasta nuestros días, proceden del antiguo mundo heleno, no dejan de ser enseñanzas que derivan de las escuelas iniciáticas de egipcio.
   
En los primeros siglos de nuestra era, los libros de Hermes Trismegisto llegaron a gozar de gran autoridad en el seno de la Iglesia de Roma. Lactancio, por ejemplo, en las “Divinae institutiones” (tratado en siete libros, empezado a componer hacia el 304 d.C., en el que expone los principios de la doctrina cristiana) hace un amplio uso de citas de autores clásicos, especialmente Cicerón y Virgilio, también de los Oráculos sibilinos y del “Corpus Hermeticum”.

Curiosamente, raramente cita la Biblia. Lactancio considera a Hermes Trismegisto (junto a los oráculos de las sibilas) como anticipador del cristianismo. Clemente de Alejandría, por su parte, (mediados del siglo II, principios del III d. C), en su obra “Stromata”, además de referirse a diversas formas de adivinación, alude a una serie de libros astrológicos (42 tomos) escritos por Hermes Trismegisto, así como a otros escritos herméticos utilizados durante una procesión de culto egipcio. El filósofo y teólogo Pedro Abelardo (1079/1142), llega a decir que Hermes “sin ayuda de la Revelación, pero a través del uso de la razón, ha llegado al conocimiento de Dios, e incluso de la Trinidad” (“Theologia summi boni”).

Los “Hermética” en la Edad Media y el Renacimiento

Tras los ataques de Agustín de Hipona al hermetismo en la “Ciudad de Dios”, el interés por las ciencias de Hermes declina, si bien se mantiene viva la llama en pequeños círculos filosóficos bizantinos, asimilando a Hermes con Idris o el bíblico Enoc.

En el siglo XII, la llegada masiva de textos platónicos a Europa hace que un reducido grupo de autores (Tomás de Aquino, Alberto magno, Thierry de Chartres, Vicent de Beauvais…) vuelvan con interés su mirada hacia los textos herméticos, si bien el auge del hermetismo en Europa llega con la caída de Constantinopla en el año 1453, y el consiguiente exilio de sabios, principalmente a Italia. Junto con los sabios llegan también toda una serie de libros herméticos.

Hasta el Renacimiento, el único libro de Hermes que circulaba por Europa era el “Asclepio”, del cual existían numerosas copias en latín, al menos ya desde el siglo XII.

Hacia 1460, a través de un agente enviado por Cosme de Médicis a buscar manuscritos antiguos, arriba a Florencia un texto griego procedente de Macedonia, atribuido a Hermes Trismegisto, que incluía copias de los tratados I a XIV del “Corpus Hermeticum” (el actual Laurentianus LXXI 33 A). El humanista italiano Marsilio Ficino, por encargo de su mecenas Cósimo de Médicis, lo traduce al latín. Ficino ve estos 14 tratados herméticos como capítulos de una obra a la que llamó “Poimandrés”. Con posteridad, Richard Reitsentein, en la versión que llevó a cabo del “Poimandrés”, acuña el nombre de “Corpus Herméticum”.

Hermes Trismegisto fue visto por humanistas de la talla de Marsilio Ficino o Pico de Mirándola, como el modelo de sabio, transmisor y restaurador de conocimientos esotéricos sagrados. Como el depositario de un saber ancestral (anterior al Diluvio Universal), conducente a desvelar los mundos invisibles y despertar la verdadera esencia divina del ser humano, a través de una triple transmutación alquímica de la conciencia.

También como una entidad capaz de revitalizar el perdido esoterismo cristiano. En tal sentido, representaba la fuerza espiritual capaz de transmutar el alma y provocar el renacimiento interior a través del Conocimiento (que no del intelecto, que solo aporta un conocimiento parcial), partiendo del hecho de que el Conocimiento solo puede alcanzarse por la inmersión en la “Crátera” repleta de fuerzas divinas, a la que alude el “Corpus hermeticum”.

Continúa en parte 2

Print Friendly, PDF & Email

Compartir este artículo

Publicar información

Fecha: enero 26, 2021
Autor: Jesús Zatón (Spain)
Foto: web-CCO

Imagen destacada:

Relacionado: