La solución de un enigma

El mundo del arte tiene su propio lenguaje. Durante siglos, especialmente en la arquitectura sagrada, los artistas han manifestado su dedicación a la espiritualidad al pintar o representar escenas de los textos sagrados. Pero, ¿estamos seguros de que eso es todo?

La solución de un enigma

El arte tiene su propio lenguaje.

Por lo que respecta al cristianismo, durante siglos, especialmente en la arquitectura sagrada, los artistas manifestaron su relación con lo espiritual  representando escenas procedentes de textos sagrados. Hasta tal punto que solo en el siglo XVI los cuerpos humanos no religiosos podían tener el honor de estar presentes en una obra de arte. En el siglo XIX era ya común que motivos e individuos seculares fueran objeto de representación artística. Algunos artistas comenzaron a representarse a sí mismos o a sus benefactores.

Sin embargo, hay algo más.

Muchos artistas ocultaron “verdades” esotéricas mediante códigos  o simbolismos concretos  dentro de su representación.
Algunos ejemplos: Miguel Ángel, en su «Juicio Final», insertó signos propios de la cábala judía; Parmigianino, en su «Retrato de Galeazzo Sanvitale», representó en un detalle el número 72, el llamado «número de Dios». Por otra parte, algunos estudiosos comentan que Leonardo da Vinci en «La Última Cena» parece mostrar  que Jesús y la figura a su derecha están pintados como imágenes recíprocas  en un espejo, con ropa simétricamente a juego, formando una especie de «V», que representa un útero femenino, lo «femenino divino».

La lista de artistas que ocultan códigos secretos en sus obras podría ser mucho más largo… pero permanezcamos en Italia, en ese período tan famoso que influyó en toda Europa en el arte, la filosofía, la literatura, la ciencia y la música: obviamente, estamos hablando del espléndido Renacimiento.

La búsqueda de nuevos horizontes
Después de un período frío y sangriento como la Edad Media, el Renacimiento supuso un florecimiento, una búsqueda del concepto de belleza, que colocó al hombre en el centro del mundo (ver Humanismo en literatura), y supuso un retorno a los modelos clásicos de Grecia y Roma. Entre tantos hechos admirables, el filósofo y sabio Marsilio Ficino, llevado a la corte de Cosimo de  Medici, traduce al latín  el Corpus Hermeticum, de Hermes Trismegistos, el tres veces Grande,  arquetipo del hombre que ha logrado realizar la unión con lo espiritual (Poimandres).

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Piero della Francesca y su obra «El flagelo de Cristo»

La obra de arte que queremos analizar ahora es una pintura de Piero della Francesca, pintor italiano del Renacimiento temprano. Piero se hizo también muy famoso por haber representado «San Segismundo y Segismundo Pandolfo Malatesta» en el Templo Malatestiano –en la catedral de Rímini, donde podemos encontrar también un «Crucifijo» de Giotto. Es este un  lugar muy interesante, ya que, al parecer, su fundador, Segismundo Pandolfo Malatesta, ocultó en la catedral –concebida por el arquitecto y teórico León Battista Alberti, que había remodelado la iglesia medieval de San Francisco- una serie de símbolos esotéricos, incorporando por ejemplo las letras ES, que aluden al mito de la diosa egipcia Isis.

La idea de pintar imágenes con motivos fácilmente comprensibles en las iglesias fue promovida por el Papa Gregorio el Grande hace más de mil años. En una de sus cartas dice: «Usemos las pinturas en las iglesias, para que los que no saben leer, observando sus paredes, al menos puedan descifrar aquellas cosas que no pueden leer en los textos».

Pero la pintura de Piero della Francesca, en la que nos gustaría centrarnos hoy, es también un «contenedor» de mensajes secretos – como se sugiere en el libro escrito por Giancarlo Iacomucci Litofino (Ediciones Lectorium Rosicrucianum) «Soluzione di un enigma» (“Solución de un enigma”), que da título también a este artículo.

El cuadro «La Flagelación de Cristo», conservado en la Galería Nacional de Urbino (Italia), presenta un marco de madera muy singular, con la inscripción latina (hoy por desgracia borrada) “convenerunt in unum” – “convergieron hacia el Uno”-, sugiriendo así que debe haber algo más profundo que una simple representación. ¿Quizás un mensaje secreto escondido?

Observando la pintura, vemos inmediatamente un grupo de tres personas hablando entre sí, en el lado derecho. Una de las diversas teorías mantiene que aquí podemos reconocer a Giovanni Bacci -un humanista procedente de una familia muy rica, al que se identifica como el probable cliente del pintor.

Junto a él, el cardenal Bessarion, teólogo y humanista bizantino (aquí vestido a la griega), un experto y conocido traductor de códices antiguos. Felizmente, gracias a él, los textos antiguos de la gnosis egipcia fueron traducidos al griego. Entre otras cosas, su influencia pudo haber sido determinante para que el Corpus Hermeticum fuera traducido al latín por Marsilio Ficino, poco después, al amparo de la corte de Cosme de Medicis, en la hermosa Florencia; y, desde entonces, accesible al mundo occidental erudito. Algunos artistas llaman al cardenal aquí representado «Consejero».

¿Pero quién es el personaje que está en medio de los dos?  Quizás el propio artista, Piero Della Francesca. Vestido de rojo y descalzo, puede ser un símbolo del  Paráclito, el «Consolador», el Espíritu Santo o el Espíritu de la Verdad, y a la vez, en su apariencia física, un hermoso ángel.
La “santísima trinidad” es, además, muy parecida a la que podemos admirar en el lado izquierdo de la pintura «El Bautismo de Cristo» (Londres, Galería Nacional), otra obra maestra de Piero Della Francesca.

Moviéndonos hacia el otro lado del cuadro, podemos reconocer otra inscripción (que no ha sido borrada como la otra), en el escalón que forma la base del trono de Poncio Pilatos. Es la firma del artista: Opus Petri Deburgo Sci Sepulcri («Obra de Pietro procedente de Borgo Santo Sepulcro» – su pueblo natal). El Santo Sepulcro no solo nos evoca el nombre de un pueblo, sino también el descubrimiento del sepulcro de Cristián Rosacruz, donde la Rosa es insertada dentro del Cristo.

La parte izquierda de la imagen es mucho más clara
En la escena del azote, vemos a Poncio Pilatos sentado en un pequeño trono. Aquí hay, como decíamos antes, una inscripción en el segundo nivel que no ha sido borrada, es la firma del artista, el Opus Petri Deburgo Sci Sepulcri. En la traducción diría: «Trabajo de Pietro del Burgo del Santo Sepulcro».

La palabra italiana «sepulcre» significa en español «sepulcro», que es una imagen central de la mitología cristiana. Es, después de la crucifixión, el lugar de la transformación profunda del ser humano donde la divinidad emerge. Los Rosacruces conocen la tumba de Cristián Rosacruz, que tiene en sus manos el testamento de la transformación. Poncio Pilatos se sienta en un trono de dos escalones. El número dos recuerda el dualismo de este mundo en el que vivimos, en el que todo tiene dos caras; la alternancia entre el bien y el mal, el blanco y el negro…, exactamente como el suelo que está bajo sus pies, en el que Jesús se encuentra en el flagelo. Está cerca de la columna con la escultura de oro.

Hay otro personaje a su lado, de espaldas al espectador, descalzo, que representa el Amor; está en el suelo del dualismo, uniendo el trío externo con la escena del azote. Podría representar el amor que une lo exterior con el interior. Esta figura, vestida de blanco y con un turbante en la cabeza, podría personificar un eslabón entre el tiempo y la eternidad, símbolo de una Nueva Visión, posiblemente de una nueva consciencia. Cuando la antigua personalidad material sea completamente reemplazada, cuando la purificación se haya completado, se producirá el nacimiento del Nuevo Tipo Humano, el espiritual.

La estatua de oro como un hombre que lo ha superado

El resultado, el Nuevo Tipo Humano, es representado por la estatua de oro que podemos ver en la parte superior de la columna de Cristo: en una mano sostiene un globo transparente (tal vez una esfera de cristal) dirigida hacia la superficie brillante y luminosa del techo, que representa la perfección, el nuevo Sol naciente: el alma entrando en el reino de la eternidad.

Podríamos descubrir más detalles y adivinar más mensajes ocultos, que parecen incontables… pero solo para un ojo atento. El ojo atento no sólo penetra en la obra de arte, sino también en la contemplación del propio mundo espiritual. Ello despierta algo interior, al igual que la visión de la imagen. Ambos  trabajan en la resolución de la propia consciencia y la actitud ante la vida.

Podríamos seguir buscando códigos y signos, porque la búsqueda nunca termina.

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Fecha: noviembre 21, 2017
Autor: Eva Christina

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