Menos, sería más

Wenn wir in dem privilegierten Zustand sind, dass wir unser Leben nicht nur nach Arbeit und Karriere ausrichten müssen, wie nutzen wir diese Freiheit?

Menos, sería más

«Hay suficiente para todos. Nadie tiene que vivir en la miseria. La gente no tendría que trabajar tan duro como en realidad lo hace. Podría haber más tiempo para la educación y la cultura, por ejemplo, o para otras cosas buenas. Después de todo, la sobreproducción ya está arruinando el planeta”.[1] Esta cita del periódico alemán DIE ZEIT, apunta a un conjunto de preguntas y problemas sin resolver, causados por factores que van desde la motivación personal de nuestra forma de vida hasta la globalización. Dejando a un lado las cuestiones del comercio y la equidad globales, como miembros de la llamada clase media, podríamos preguntarnos tranquilamente si no podemos reducir la velocidad. Trabajar menos, consumir menos, tener más tiempo para… sí, ¿para qué?

La explotación continua de nuestro planeta y el cambio climático exigen una respuesta de todos. Parte de la solución consiste en un estilo de vida autosuficiente, en particular: consumir menos. No compre un automóvil nuevo cada cinco años, no adquiera el último teléfono inteligente de inmediato, no compre montañas de ropa, utilice su automóvil cuando verdaderamente sea necesario, tal vez viajando menos, viva de manera más modesta. Se conocen bien los hechos, pero se hace muy poco. ¿Podría ser que la utopía de reducción no se lleve bien con el impulso del ego por expandirse? ¿Podría ser también que no seamos aptos para usar la libertad que viene junto con un recorte en el consumo? Trabajar menos: más tiempo libre, menos estrés, tiempo para mí, finalmente leer todos esos libros, más tiempo para la familia y los amigos, para los deportes, para las cosas que importan. En principio, la mayoría de la gente estaría de acuerdo con esto. Pero tenemos hambre de más, de grandeza, de cruzar fronteras, que se manifiesta habitualmente por medios materiales. La humanidad ha adoptado una actitud en la que se ve a sí misma como la “cima de la creación”. Consecuentemente, usamos, consumimos y destruimos todo en este planeta.

Sería saludable verse a sí mismo como una criatura de este mundo, hecho de la misma materia que todo lo demás, dependiendo de todos los ciclos de vida complejos de esta naturaleza. Se trata de respetar la naturaleza como nuestra fuente de vida, de aprender a lidiar con el espacio vacío que surge cuando dejamos de considerar a la naturaleza como enormes cantidades de mercancía, cuando los deseos, de otro modo, que se convierten muy rápidamente en consumo excesivo, comienzan a desvanecerse. ¿Pero entonces qué? Este nuevo requerimiento transciende completamente nuestro usual “seguir como de costumbre”, simplemente revistiéndola de una actitud ecológicamente mejorada. La humanidad se enfrenta a un desafío que solo se puede resolver espiritualmente, porque el problema está dentro de nosotros mismos.

No en vano, muchos maestros espirituales empiezan colocando a la humanidad ante una gran negación. El budismo es una de esas enseñanzas que considera lo que llamamos “nuestro yo” como, esencialmente, el resultado de la interacción entre la forma (cuerpo), la percepción sensorial, el sentimiento, la voluntad y la consciencia. Se alimenta y se fomenta erróneamente como si fuera un ser eterno, alimentándose constantemente con cosas efímeras. Buda le pide al ser humano que se libere de este yo para que la verdad pueda ser revelada dentro de sí mismo. Esto solo es posible si te permites el vacío que surge en tu interior cuando se detiene la rueda del hámster por ganar dinero, preocupaciones y deseos, así como la expansión del ego (al menos de vez en cuando). No desear nada, no saber nada más que: estar despierto y explorar las profundidades del impulso interior. Buda dice: “La verdad es la parte inmortal de tu mente. La verdad concede a los mortales la gracia de la inmortalidad”.[2] El Buda se abstuvo intencionadamente de proporcionar una receta fácil de seguir para dedicarse a esta verdad y al Nirvana (desvanecimiento, disolución), simplemente porque es imposible que la mente “atrape” algo tan completamente fuera del alcance de la razón.

La Rosacruz Moderna enfrenta al yo temporal con un Yo eterno, pero no revelado, con uno mismo. Quienquiera que desee acercarse al ser eterno, se encuentra confrontado con la tarea de permitir la quietud interior completa, llevando a descansar gradualmente todas las intenciones, todos los deseos, preocupaciones y pensamientos. Esta es una quietud en la que todo el ser mortal, eventualmente, se pone a disposición de un nuevo proceso –no como un ejercicio, sino como el resultado de un autoconocimiento cada vez más profundo, reconectándose eventualmente con el núcleo más íntimo de nuestro ser. Aquí, lo temporal y lo eterno pueden encontrase entre sí. Aquí reside la verdad de la que habló el Buda.

¿Cuál es esa verdad? No se puede plasmar en palabras. Pero hay una vida fuera de esta verdad que nos libera de los deseos y necesidades externos. Cualquiera que haya encontrado algo así saboreará la libertad. Y esta libertad crece cuando haces uso de ella.


[1] DIE ZEIT No. 52/2016, página 46, “Sehnsucht ohne Ort? Von wegen!”(¿Anhelo sin un lugar? ¡De ninguna manera!) de Mohamed Amjahid y Gero von Randow. El pasaje citado anteriormente proviene de la estudiante de política Laura Meschede.

[2] El Evangelio de Buda, reimpresión de la edición original de 1894, sin fecha, sin fecha, página 3

 

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Fecha: octubre 10, 2017
Autor: Carin Rücker (Germany)
Foto: Pixabay CC0 License

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