Rostros de Dios. Parte 1

"Las matemáticas son el lenguaje con el que Dios escribió el universo" (Galileo)

Rostros de Dios. Parte 1

Galileo proclamó que «el lenguaje en el que Dios escribió el universo son las matemáticas». Éste gobierna tanto en los mundos sutiles invisibles a nuestros ojos como en el mundo material; en el macrocosmos y en el microcosmos, que es el ser humano. En las enseñanzas cabalísticas, existe el término macroprosopus [1], que es un compuesto de dos palabras griegas, «macro» y «prosopo» (persona), que se traduce como «el vasto o gran semblante». Su contraparte es el concepto arameo de Arikh-Anpin, la Cara Más Larga, en su sentido metafísico más alto, o abstracto, refiriéndose a la manifestación primaria del Infinito, el vehículo de Ain Soph, la coronación del Árbol de la Vida, y a Adam Kadmon, el prototipo del hombre perfecto y divino, el microcosmos que ha conectado el Cielo y la Tierra. En contraste con él está Zair Anpin, el Rostro Menor, el caído y encadenado Adán del Edén (de quien todas las personas en la Tierra somos «descendientes») y que también se llama microprosopus. Curiosamente, el término microprosopus también aparece en la teratología (de las palabras griegas teratos – monstruo- y logos – ciencia-), que estudia las causas y efectos del desarrollo anormal, y se utiliza para describir «un monstruo con una cara defectuosa«. (The Century Dictionary). ¿Podemos encontrar una verdad metafóricamente expresada sobre el hombre contemporáneo en estas palabras desagradables? Si es así, ¿cómo determina este «rostro defectuoso» nuestra conciencia y conocimiento de nosotros mismos? ¿Somos conscientes de nuestra condición? ¿Nos identificamos con nuestro «rostro humano»? ¿Pueden los «monstruos» con rostros defectuosos transformarse y convertirse, como la Bestia de un cuento de hadas, en seres con un rostro perfecto? Finalmente, ¿somos capaces de conocer el verdadero «rostro» de Dios en nuestro actual nivel de desarrollo? ¿Y qué es?

En muchos idiomas, por ejemplo en polaco e inglés, hay un sinónimo de la palabra «semblante», que se asocia a un número. En polaco, la palabra es «oblicze», en inglés «face». Quien se ha encontrado con la numerología (pitagórica, cabalística o caldea) sabe que dice que el mundo fue creado a través de los números. Los números son las ideas originales de las enseñanzas de Platón. Tienen su propio carácter, alma y enorme poder de influencia, tanto en los mundos sutiles como en el mundo material. En hebreo, un mismo símbolo define tanto una letra como un número. Las letras son inseparables de los números y son los bloques de construcción de todo lo que existe.

En el Sefer Yezirah leemos que toda la realidad revelada se basa en diez números primarios. Pero detrás de lo que se revela hay algo que no conocemos, un Ser que no está disponible para nuestros sentidos imperfectos. Una Conciencia silenciosa, invisible, poderosa, que nunca se muestra directamente a sus hijos terrenales. Se esconde tan eficazmente que muchos de nosotros – los seres humanos que habitamos el mundo material y estamos vestidos con cuerpos físicos – negamos su existencia. ¡Sí! Incluso los representantes de la ciencia lo niegan, y la opinión de que hay una obra sin autor parece muy ilógica. Sin embargo, para aquellos en quienes el átomo divino en el corazón está activo, haciendo posible que se manifieste el sentido espiritual de la intuición, está claro que detrás del mundo revelado debe de haber un Ser invisible para nosotros, que pueda ser reconocido por sus frutos, por sus obras. Y estos son sus rostros, o quizás sus máscaras.

Y, en este punto, surge la pregunta de si, en un mundo como el nuestro, tenemos contacto con el Dios Verdadero. ¿Se fundó este mundo por iniciativa de la Fuente original de nuestra existencia? ¿O es obra de un demiurgo benevolente que, como afirmaba Platón, no lo creó directamente, sino introduciendo en el caótico mundo de la materia el mundo de las ideas con el que lo puso en orden? ¿O tal vez este mundo no es un producto de un ser bueno, sino de una criatura malvada y satánica, como afirmaban los viejos gnósticos?

Este último concepto puede parecer chocante, herético e iconoclasta al principio. Sin embargo, cuando pensamos en el hecho de que vivimos en la realidad de la cadena alimentaria, en la que uno se come al otro, entonces podemos enfrentarnos a nuestro rostro «monstruoso». Entonces puede surgir en nosotros la idea de que tal vez hay algo de ello: tal vez vivimos en un mundo creado por un ser imperfecto. Dado que, para sobrevivir, uno tiene que robarle la vida a otra criatura, empezamos a pensar que esta idea debe haber surgido en la conciencia de alguien en quien haya alguna carencia fundamental. Y dado que en los corazones de la mayoría de nosotros hay un esfuerzo natural por el bien, un deseo de ser buenos y hacer el bien, sentimos que, después de todo, debe de haber un verdadero Dios en algún lugar que sea pura Bondad, pura Perfección, que haya plantado este esfuerzo en nosotros.

Probablemente cada uno de nosotros ya se confrontó con la inscripción colocada en la entrada del templo en Delfos: «Hombre, conócete a ti mismo, y conocerás el universo y los dioses». Ello nos lleva a la idea de que tal vez Dios (¿dioses?) no debe ser buscado en el mundo exterior, sino en el lugar donde la vista no puede llegar. Porque, mirando hacia fuera, «solo vemos un reflejo como en un espejo; mientras que mirando hacia el interior veremos cara a cara. Ahora lo sabemos en parte; entonces lo sabremos plenamente, así como seremos plenamente conocidos» como proclama el hermoso “Himno bíblico al Amor” (1 Corintios 13:12). En versos anteriores del mismo, (9-11), leemos: «Porque sabemos en parte y profetizamos en parte, pero cuando llega la integridad, lo que es en parte desaparece. Cuando era niño, hablaba como un niño, pensaba como un niño, razonaba como un niño. Cuando me convertí en hombre, dejé atrás los caminos de la infancia».

Estas palabras parecen decir que el hombre en el nivel actual de desarrollo aún no está verdaderamente desarrollado; es imperfecto, su evolución aún no ha terminado y, por lo tanto, ve tenuemente, no ve la realidad en su verdadera esencia, sino sólo a través del espejo de su vestido material.

Resulta que conocerse a sí mismo no es tan fácil como puede parecer. Incluso cuando tratamos de conocernos a nosotros mismos en un nivel interno, durante mucho tiempo no podemos deshacernos del hábito de identificarnos con la imagen que tenemos de nosotros mismos. En lugar de paz en el corazón, a menudo encontramos miedo. Máscaras y creencias acerca de quiénes somos. El escritor polaco Witold Gombrowicz escribió en su libro «Ferdydurke» que «no se puede escapar de un rostro (una máscara social) sino en otro rostro» [2]. Juntas, estas máscaras crean una identidad falsa que llamamos el «ego». Y uno puede decir, siguiendo a Gombrowicz, que el «ego» – esta falsa imagen de nosotros mismos – realmente solo la podemos superar con otra «imagen», pero no la que es un producto de nuestra mente.

(Continúa en la parte 2)


[1] H. P. Blavatsky: Glosario teosófico.

[2] Witold Gombrowicz (4 de agosto de 1904 – 24 de julio de 1969) fue un escritor polaco. En 1937 publicó su primera novela, Ferdydurke, de la que decía: «Vivimos en una era de cambios violentos, de desarrollo acelerado, en la que las formas asentados se rompen bajo la presión de la vida […] La necesidad de encontrar una forma para lo que es todavía inmaduro, no censurado y subdesarrollado, así como el gemido de la imposibilidad de tal postulado, ésta es la emoción principal de mi libro».

‘Mug’- en la versión original polaca «gęba»- es una metáfora de una especie de disfraz, una forma que uno no debe ignorar.

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Fecha: agosto 2, 2021
Autor: Emilia Wróblewska-Ćwiek (Poland)
Foto: Free-Photo`s on Pixabay CCO

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