El arte y la conciencia como un viaje hacia nosotros mismos – Parte 5

La caverna de Platón, equipada con pantallas

El arte y la conciencia como un viaje hacia nosotros mismos – Parte 5

 

A la parte 4

El final del viaje

Después de más de 500 años, el viaje ha llegado a su fin. La Tierra no es un disco plano, sino que es redonda. Sin embargo, podemos verla desde el exterior a través de los satélites, en el disco plano de una pantalla. Las fotos y las películas nos permiten registrar el tiempo «objetivamente». Las películas muestran documentos de épocas pasadas y, mediante una cámara de vídeo, todo el mundo puede percibirse desde el exterior y desde todos los lados, lo que antes era posible de forma limitada y solo en salas de espejos.

El espacio de la perspectiva entre el punto de vista y el punto de fuga ha sido atravesado por una red de carreteras y canales de comunicación. Se anula en un solo lugar, como la salida y la meta en una pista de carreras. Así, la dimensión espacial, la perspectiva, ha llegado al tiempo. El punto de vista y el punto de fuga se han vuelto idénticos. El ser humano ya no puede salir. Ha ido hacia delante y ahora está detrás de sí mismo como fuerza motriz. Se interfiere a sí mismo desde atrás y trata de remodelarse de acuerdo con su propia y estrecha imagen del ego. Los medios para hacerlo existen. En lugar de «desarrollarse a través del ser» se ocupa en estilizar y diseñar. En lugar del desarrollo del núcleo y del alma realiza un pulido de la superficie. En lugar de trabajar en el interior, hay un efecto externo bien dirigido. Sin embargo, no tiene por qué ser así. Quizás una mirada a la caverna de Platón nos muestre algunas alternativas.

¿Qué ha sido de la caverna de Platón? ¿En qué forma se discierne hoy?

La caverna de Platón, hoy

Cuando Platón escribió su parábola de la caverna, todo era como siempre había sido. Esto fue hace 2400 años. El discernimiento era el discernimiento, una cosa era una cosa, un oficio era un oficio y el arte de la pintura era artificial. Era imitación y malabarismo, y lo suficientemente bueno como para demostrar que la vida sensorial no era más que un reflejo de la realidad verdadera, pero invisible.

Hoy las cavernas de Platón son, en su mayoría, muy confortables. Podemos ver un enorme progreso. Y los grilletes, con los que se apretaba a los habitantes, consisten ahora en infusiones de diferentes narcóticos, no en toscas cadenas de hierro.

La mayoría de las cavernas tienen ahora su propio interruptor de luz. En ellas brilla un pequeño sol privado, a veces regulable. Las paredes de las cavernas están equipadas con grandes pantallas, en las que se puede ver, guardar, recuperar y consumir en cualquier momento todo lo que ocurre en el exterior, en otro momento o al mismo tiempo en otras cavernas. La noche se ha convertido en el día. ¡Es un gran logro! La esperada iluminación de la humanidad se ha convertido en una iluminación. Al menos eso.

La luz más excitante proviene ahora directamente de la propia pared de la caverna. Esto también ocurre con el conocimiento sobre el Sol, que ya no es un símbolo del discernimiento y de la iluminación, sino un reactor nuclear cósmico, que vive de su sustancia. Las sombras de Platón han mutado. Ahora aparecen como figuras de luz, como héroes, estrellas e ídolos. En esta caverna se ha producido un gigantesco e ingenioso desarrollo, sin que sus habitantes tengan que dar la vuelta para recorrer el fastidioso camino del discernimiento. En cambio, parece que la ingeniosa humanidad tomó la parábola de la caverna de Platón como manual para instalar en la propia caverna todos los milagros que se pueden descubrir en el exterior. El fuego detrás de los objetos, la luz, el conocimiento del que fueron testigos y hablaron los que una vez estuvieron fuera de la caverna, fueron recreados inteligentemente.

Se ha conseguido lo más improbable, es decir, convertir estas ideas y conocimientos, incluso la propia luz, en sombras y ponerlas al servicio del mundo de las sombras.

Así, la imagen de la caverna se ha invertido. Ya no hay sombras que recorran la pared de la caverna, sino que ella misma se ha vuelto luminosa. A través de las luces frontales y las linternas.

Ahora, a medida que la pared de la cueva irradia y parpadea, las sombras están detrás de nosotros y ya no delante, como en la antigua parábola de la caverna. Si hoy nos damos la vuelta, lo primero que vemos ya no es el fuego que arde detrás de los objetos, que son llevados de un lado a otro, sino nuestras propias sombras extendidas y temblorosas. Hoy en día, el camino hacia el discernimiento parece salir de las cavernas sobreexpuestas con sus dimensiones virtuales solo a través de nuestra propia sombra.

La ilusión se ha convertido en algo serio

¿Y dónde llegaremos una vez que hayamos dejado las sombras parpadeantes más o menos atrás? Pues al aire libre, fresco, a la naturaleza, por supuesto. En la vieja parábola de la caverna esto también es una ilusión, ¿no? ¿Pero qué ocurre? La «ilusión de la naturaleza» crea algunos problemas. Los niveles de ozono son demasiado altos, cuando el Sol brilla, la biodiversidad disminuye. El entorno salvaje y amenazante de antaño está dominado por el ser humano y la asombrosa diversidad de animales salvajes ya no se da en la naturaleza, sino en los zoológicos y en los menús. Así que queda claro: esta ilusión es algo serio.

¿Dónde podemos encontrar la salida de la caverna hoy en día, cuando los asuntos del mundo se convierten en un gran espectáculo mediático, un gueto parpadeante, en el que todas las catástrofes tienen un doble carácter de consternación, por un lado, y de entretenimiento, por otro? Así pues, surge la pregunta: ¿dónde y cómo podemos encontrar la salida de la renovada caverna de Platón si el punto de vista y el punto de fuga son idénticos y la iluminación a través del discernimiento se sustituye por la iluminación a través del conocimiento?

Todavía hay una salida. O más bien una «vía de entrada»: la del interior. No la que está «detrás», sino la que está «dentro», hacia el centro, hacia el corazón más íntimo. Pero no se ha desarrollado. Y no hay un sistema de navegación. Cada uno solo tiene su propio acceso, que no puede aplicarse a nadie más, su propia y distintiva llave, que no encaja en ningún otro lugar. Se trata de encontrarla, o mejor dicho: de fabricarla y utilizarla. Además de la inteligencia racional-científica y la emocional-religiosa, existe también la inteligencia artística, que es la capacidad del ser humano de enfocar los aspectos y las fuerzas con el objetivo de abrirse a lo divino espiritual. Parece una paradoja: para superar el yo, no hay más que -como expresa el nombre de Percival- pasar por el medio del yo.

Continua en la parte 6

 

 

Print Friendly, PDF & Email

Compartir este artículo

Publicar información

Fecha: enero 14, 2019
Autor: Alfred Bast (Germany)
Foto: Pixabay CCO

Imagen destacada:

Relacionado: